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Por qué no hay quien entienda el lenguaje que se utiliza para describir el arte contemporáneo

Origen, evolución y posibles soluciones para esos textos de los centros de exposiciones llenos de prefijos y palabras de moda, que en vez de arrojar luz sobre las obras nos sumen en la más profunda oscuridad


Graffitis con una imagen central Edvard Munch '" El Grito"
BLANCA LÓPEZ SOLORZANO

SERGIO C. FANJUL / El País / Diciembre 8, 2020 / Fuente externa



Williams reconoce la complejidad de la tarea de escribir sobre arte. También denuncia, por cierto, la precariedad del gremio: “Escribir sobre arte es un trabajo altamente cualificado, pero incluso los salarios de los mejores escritores de arte palidecen al compararlos con los artistas y marchantes de éxito”.

A este lenguaje verborreico lo bautizaron el artista David Levine y el sociólogo Alix Rule como International Art English (IAE, algo así como inglés internacional del arte), un idioma especializado que no era exactamente inglés. Sonaba parecido, pero era otra cosa. Habían recogido todos los textos de exposiciones difundidos en la plataforma e-flux (una red para los profesionales del arte con sede en Nueva York) desde 1999, y los habían analizado con un programa de análisis lingüístico llamado Sketch Engine. Publicaron el resultado de sus investigaciones en 2012, en las páginas de la revista Triple Canopy, creando cierto revuelo. Concluían que en los textos de arte abundaba de forma preocupante el lenguaje excesivo, incomprensible y vacío.

En España, el filósofo Ernesto Castro (Ética, estética y política, Ed. Arpa) hace un repaso de la historia de la cartela museística en su texto (o textículo, como dice el autor) Vuestras cartelas me hacen sentir estúpido (festival Periferias). Los textos complejos, incomprensibles, tienen la cualidad de aquello “que no se entiende, pero cuya incomprensión genera un aura de imitación y de reverencia a su alrededor”, escribe. Cataloga buena parte de los textos sobre arte como “pseudofilosofía”, y dice que no son anécdota en el arte contemporáneo: “Prácticamente lo único que tienen en común un cuadro hiperrealista, una instalación relacional y una performance transfeminista, más allá de las instituciones donde se exhiben y los mercados a través de los cuales se comercializan, es el lenguaje acartonado, heredado de la teoría crítica posmoderna, que se utiliza para hablar de estas obras”.

“Si ha estado usted viendo arte contemporáneo en las últimas tres décadas, probablemente estará familiarizado con los sentimientos de desconcierto, agotamiento o irritación que provoca esa prosa de galería”, escribía con respecto al IAE el columnista de The Guardian Andy Beckett.

Las revistas que pusieron de moda las citas pomposas Suele citarse como inicio de los textos densos sobre arte a la manera actual a la revista October, fundada en Nueva York en 1976 por la crítica Rosalind E. Krauss, pionera en la utilización de la French Theory (con este nombre se bautizó la influencia intelectual ejercida por Derrida o Foucault en la intelectualidad estadounidense) en esta disciplina. Juan José Santos Mateo, crítico y autor de Juicio al postjuicio, ¿Para qué sirve hoy la crítica de arte? (Ministerio de Cultura y Deportes de España, 2019), distingue a los críticos que leen October por sus textos plagados de citas eruditas y notas a pie de páginas. “También están los que leen Frieze, Spike o Mousse, que ponen menos citas, pero sin comprender ninguna”, añade. “Y luego está la jerga del spanglish tipo Miami, ideal para epatar al coleccionista; o la de bodegón y caballete, que usa muchas palabras acabadas en -arte (amarte, emocionarte, etcétera), y a la que deberían aplicar directamente la Ley Mordaza”.

“Se trata de una jerga que no ayuda a atraer ni a lectores ni a espectadores al mundo del arte”, opina Santos Mateo. “Hoy en día, con tanto texto disponible en Internet, abogaría por descripciones con doble nivel de lectura, de dos velocidades, que puedan ser leídas por un profano pero que también tengan cierta profundidad para los más entendidos”, continúa el crítico.

¿Cómo han de ser los textos sobre arte? “Un comisario nunca trabaja solo”, dice Manuel Segade, comisario y director del Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de la Comunidad de Madrid. “Y en un texto, que es lo más privado, trabaja con otros materiales: préstamos de la ecología, lingüística, filosofía, arquitectura...”. Esta proliferación de referencias, sobre todo si no se entreveran bien, puede redundar en textos demasiado selváticos. “A veces el exceso de referencias hace que tengas que leer un escrito varias veces para comprenderlo, incluso siendo especialista en el tema”, añade Segade.

La misión de los museos y centros de arte, sobre todo en los de titularidad pública, además de conservar y estudiar el arte, es la de hacerlo llegar al gran público, explicarlo, crear aficiones y vocaciones. Por eso el lenguaje utilizado es muy importante. “No creo que se deba abaratar el lenguaje en los textos del museo, pero sí traducir el discurso, creando lo que llamamos una situación de acceso”, dice Segade. Por ejemplo, si se celebra un congreso académico es pertinente un lenguaje más complejo, pero no tanto en las cartelas o en los textos de mediación.

En efecto, en un museo de arte contemporáneo se producen muchos tipos de textos y “no son ni deben ser iguales los que se crean para cartelas, boletines o notas de prensa –enfocados a la difusión, para un público más general–, que los de autor o de comisario, de corte más académico que quizás se puedan encontrar en catálogos o artículos”, según explica Alicia Pinteño, jefa de Actividades Editoriales y Proyectos Digitales del Museo Reina Sofía. Para la experta, al arte contemporáneo no se apunta a palabras de moda, sino que incorpora aquellos conceptos que surgen de las investigaciones más actuales, y que cambian con su uso en las sociedades. “De lo que se trata es de ser rigurosos, de mantener una coherencia estilística y de estar continuamente en formación para adaptar la escritura a esa evolución del lenguaje sin caer, eso sí, en una retórica vacía de contenido”, añade.

Los textos filosóficos, artísticos, literarios o científicos, en opinión de Pinteño, además de contener conocimiento “permiten enunciar preguntas sobre el mundo y, por tanto, ampliar ideas”. En ocasiones, “esa potencia a veces intempestiva o incómoda del lenguaje requiere complejidad, que no tiene por qué ser pretenciosa o rebuscada”. Y, por eso, no cree que se deba renunciar a esa complejidad para banalizar los conceptos por medio de la simplificación. “El museo se debe a todas esas posibilidades, se puede reconocer en unos lenguajes y en otros, en función de las circunstancias y los contextos específicos, creando diversidad y riqueza”, concluye Pinteño.

“Me gustaría romper una lanza en favor de cierta opacidad, sobre todo en los textos de los propios artistas”, dice Segade. “Al fin y al cabo, buena parte del arte contemporáneo se produjo mediante revueltas contra el lenguaje de generaciones anteriores”. Señala, además, que los artistas más jóvenes están abandonando los textos más teóricos como andamiaje de las obras y adentrándose en la narratividad, en la ficción, e incluso invitando a novelistas a escribir en sus catálogos. “Es como si las referencias estuvieran pasando de ser filósofos como Foucault a escritores como Flaubert o Mariana Enríquez”.

Derrida o Foucault en la intelectualidad estadounidense) en esta disciplina. Juan José Santos Mateo, crítico y autor de Juicio al postjuicio, ¿Para qué sirve hoy la crítica de arte? (Ministerio de Cultura y Deportes de España, 2019), distingue a los críticos que leen October por sus textos plagados de citas eruditas y notas a pie de páginas. “También están los que leen Frieze, Spike o Mousse, que ponen menos citas, pero sin comprender ninguna”, añade. “Y luego está la jerga del spanglish tipo Miami, ideal para epatar al coleccionista; o la de bodegón y caballete, que usa muchas palabras acabadas en -arte (amarte, emocionarte, etcétera), y a la que deberían aplicar directamente la Ley Mordaza”.


“Se trata de una jerga que no ayuda a atraer ni a lectores ni a espectadores al mundo del arte”, opina Santos Mateo. “Hoy en día, con tanto texto disponible en Internet, abogaría por descripciones con doble nivel de lectura, de dos velocidades, que puedan ser leídas por un profano pero que también tengan cierta profundidad para los más entendidos”, continúa el crítico.


¿Cómo han de ser los textos sobre arte?

“Un comisario nunca trabaja solo”, dice Manuel Segade, comisario y director del Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de la Comunidad de Madrid. “Y en un texto, que es lo más privado, trabaja con otros materiales: préstamos de la ecología, lingüística, filosofía, arquitectura...”. Esta proliferación de referencias, sobre todo si no se entreveran bien, puede redundar en textos demasiado selváticos. “A veces el exceso de referencias hace que tengas que leer un escrito varias veces para comprenderlo, incluso siendo especialista en el tema”, añade Segade.


La misión de los museos y centros de arte, sobre todo en los de titularidad pública, además de conservar y estudiar el arte, es la de hacerlo llegar al gran público, explicarlo, crear aficiones y vocaciones. Por eso el lenguaje utilizado es muy importante. “No creo que se deba abaratar el lenguaje en los textos del museo, pero sí traducir el discurso, creando lo que llamamos una situación de acceso”, dice Segade. Por ejemplo, si se celebra un congreso académico es pertinente un lenguaje más complejo, pero no tanto en las cartelas o en los textos de mediación.


En efecto, en un museo de arte contemporáneo se producen muchos tipos de textos y “no son ni deben ser iguales los que se crean para cartelas, boletines o notas de prensa –enfocados a la difusión, para un público más general–, que los de autor o de comisario, de corte más académico que quizás se puedan encontrar en catálogos o artículos”, según explica Alicia Pinteño, jefa de Actividades Editoriales y Proyectos Digitales del Museo Reina Sofía. Para la experta, al arte contemporáneo no se apunta a palabras de moda, sino que incorpora aquellos conceptos que surgen de las investigaciones más actuales, y que cambian con su uso en las sociedades. “De lo que se trata es de ser rigurosos, de mantener una coherencia estilística y de estar continuamente en formación para adaptar la escritura a esa evolución del lenguaje sin caer, eso sí, en una retórica vacía de contenido”, añade.


Los textos filosóficos, artísticos, literarios o científicos, en opinión de Pinteño, además de contener conocimiento “permiten enunciar preguntas sobre el mundo y, por tanto, ampliar ideas”. En ocasiones, “esa potencia a veces intempestiva o incómoda del lenguaje requiere complejidad, que no tiene por qué ser pretenciosa o rebuscada”. Y, por eso, no cree que se deba renunciar a esa complejidad para banalizar los conceptos por medio de la simplificación. “El museo se debe a todas esas posibilidades, se puede reconocer en unos lenguajes y en otros, en función de las circunstancias y los contextos específicos, creando diversidad y riqueza”, concluye Pinteño.


“Me gustaría romper una lanza en favor de cierta opacidad, sobre todo en los textos de los propios artistas”, dice Segade. “Al fin y al cabo, buena parte del arte contemporáneo se produjo mediante revueltas contra el lenguaje de generaciones anteriores”. Señala, además, que los artistas más jóvenes están abandonando los textos más teóricos como andamiaje de las obras y adentrándose en la narratividad, en la ficción, e incluso invitando a novelistas a escribir en sus catálogos. “Es como si las referencias estuvieran pasando de ser filósofos como Foucault a escritores como Flaubert o Mariana Enríquez”.

 

Why is there no one who understands the language used to describe contemporary art

Origin, evolution and possible solutions for those texts of the exhibition centers full of prefixes and buzzwords, which instead of shedding light on the works plunge us into the deepest darkness.



SERGIO C. FANJUL / El País / Diciembre 8, 2020 / Fuente externa


You have probably ever read a poster in a museum or a text in a catalog or a review in a magazine or a press release of an exhibition and have not understood anything. What do all these words lined up around the works of art mean? Do they mean something? It may be that you are not qualified to understand that text because you are profane in the matter. But it may also be that the text is inflated and full of pretentiousness to shock the reader or to justify the artist, to fill a void or intellectualize a banality.


Example: "Exhibitions are a co-productive spatial medium, which results from various forms of negotiation, relationality, adaptation and collaboration between subjects and objects through space and time." This pompous text is picked up by the British curator and art historian Julian Stallabrass, who criticizes its “viscosity and density” and translates more plainly: “People work together to make exhibitions using objects. They do them in space and time ”.


The controversy around hermetic versus clear-line writings is a recurring theme in poetry or philosophy. For example, the clear-line poets think that the Hermeticists are phonies and the Hermeticists think that the clear-line ones write with the simplicity of kindergarten. Indeed, one of the pillars of the abstruse way of writing about art has been rooted in the so-called Continental philosophy or in those so-called postmodern thinkers, where the pranks of language and poetic games can outweigh logic. As Ludwig Wittgenstein, founder of the other branch of philosophy, wrote: "Everything that can be thought can be thought clearly, everything that can be said can be said clearly."


The tics of abstruse writing

"Much writing about contemporary art is difficult to understand," writes critic Gilda Williams in her manual How to write about contemporary art, edited by Thames & Hudson. List some of the tics found in this type of text: proliferation of suffixes (post, pre, proto, hyper), abuse of certain buzzwords (transversal, space, device, platform) or forced nouns (many of them finishes in ity: spatiality, performativity).


Williams recognizes the complexity of the task of writing about art. He also denounces, by the way, the precariousness of the guild: "Writing about art is a highly qualified job, but even the salaries of the best art writers pale when compared to successful artists and dealers."


This verbose language was baptized by the artist David Levine and the sociologist Alix Rule as International Art English (IAE, something like international art English), a specialized language that was not exactly English. It sounded similar, but it was something else. They had collected all the exhibition texts posted on the e-flux platform (a network for art professionals based in New York) since 1999, and analyzed them with a language analysis program called Sketch Engine. They published the results of their investigations in 2012, on the pages of Triple Canopy magazine, creating a stir. They concluded that excessive, incomprehensible and empty language abounded in a worrying way in art texts.


In Spain, the philosopher Ernesto Castro (Ethics, aesthetics and politics, Ed. Arpa) reviews the history of the museum cartouche in its text (or text, as the author says). Your cartouches make me feel stupid (Periferias festival) . Complex, incomprehensible texts have the quality of that "which is not understood, but whose incompigunsion generates an aura of imitation and reverence around them," she writes. He catalogs a good part of the texts on art as “pseudo-philosophy”, and says that they are not anecdotes in contemporary art: “Practically the only thing that a hyperrealist painting, a relational installation and a transfeminist performance have in common, beyond the institutions where they are exhibited and the markets through which they are sold, is the stiff language, inherited from postmodern critical theory, that is used to talk about these works ”.


"If you have been viewing contemporary art in the last three decades, you are probably familiar with the feelings of bewilderment, exhaustion or irritation that such gallery prose provokes," wrote Guardian columnist Andy Beckett of the IAE.


The magazines that made pompous dates fashionable

October magazine, founded in New York in 1976 by the critic Rosalind E. Krauss, pioneer in the use of the French Theory (the intellectual influence was baptized with this name, is usually cited as the beginning of dense texts on art in the current way. exercised by Derrida or Foucault in the American intelligentsia) in this discipline. Juan José Santos Mateo, critic and author of Trial to post-judgment, What is art criticism for today? (Ministry of Culture and Sports of Spain, 2019), distinguishes the critics who read October for its texts full of erudite quotes and footnotes. "There are also those who read Frieze, Spike or Mousse, who put fewer quotes, but without understanding any," he adds. “And then there is the Miami-type Spanglish lingo, ideal to shock the collector; or the still life and easel, which uses many words ending in -art (love you, move you, etc.), and to which the Gag Law should apply directly ”.


"It is a jargon that does not help attract readers or viewers to the world of art," says Santos Mateo. "Today, with so much text available on the Internet, I would advocate for descriptions with double reading level, two speeds, which can be read by a layman but also have a certain depth for the most knowledgeable," continues the critic.


How should texts about art be?

“A curator never works alone,” says Manuel Segade, curator and director of the Dos de Mayo Art Center (CA2M) in the Community of Madrid. "And in a text, which is the most private, he works with other materials: loans from ecology, linguistics, philosophy, architecture ...". This proliferation of references, especially if they are not well intertwined, can result in texts that are too jungle. "Sometimes the excess of references makes you have to read a piece of writing several times to understand it, even if you are a specialist on the subject," adds Segade.


The mission of museums and art centers, especially those of public ownership, in addition to preserving and studying art, is to make it reach the general public, explain it, create hobbies and vocations. That is why the language used is very important. "I don't think language should be made cheaper in museum texts, but the discourse should be translated, creating what we call an access situation," says Segade. For example, if an academic congress is held, a more complex language is relevant, but not so much in the posters or in the mediation texts.


Indeed, in a contemporary art museum many types of texts are produced and “those that are created for posters, bulletins or press releases -focused on dissemination, for a more general public- are not and should not be the same as the author or curator, of a more academic nature that may be found in catalogs or articles ”, explains Alicia Pinteño, head of Editorial Activities and Digital Projects at the Reina Sofía Museum. For the expert, contemporary art is not aimed at buzzwords, but rather incorporates those concepts that arise from the most current investigations, and that change with their use in societies. "The point is to be rigorous, to maintain stylistic coherence and to be continuously in training to adapt writing to this evolution of language without falling, yes, into a rhetoric devoid of content", she adds.


Philosophical, artistic, literary or scientific texts, in Pinteño's opinion, in addition to containing knowledge, "allow asking questions about the world and, therefore, expanding ideas." Sometimes, "that sometimes untimely or uncomfortable power of language requires complexity, which does not have to be pretentious or elaborate." And, for this reason, she does not believe that this complexity should be renounced to trivialize the concepts through simplification. "The museum is due to all these possibilities, it can be recognized in some languages ​​and in others, depending on the circumstances and specific contexts, creating diversity and richness", Pinteño concludes.


"I would like to break a spear in favor of a certain opacity, especially in the texts of the artists themselves," says Segade. "After all, much of contemporary art was produced through revolts against the language of previous generations." She also points out that younger artists are abandoning the more theoretical texts as scaffolding for their works and entering narrativity, fiction, and even inviting novelists to write in their catalog. "It's as if the references were going from being philosophers like Foucault to writers like Flaubert or Mariana Enríquez."

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