La artista serbia de 74 años es considerada como una de las grandes precursoras de la ‘performance’ y ha logrado que sus obras trascienden los círculos especializados para integrarse en la cultura popular.
https://elpais.com/cultura/2021-05-12/marina-abramovic-premio-princesa-de-asturias-de-las-artes.html
MIGUEL EZQUIAGA FERNÁNDEZ / El País / España - 13 MAY 2021 / Fuente externa
Democratizó la performance, híbrido basado en la improvisación y el contacto directo con el espectador. Desdibujó las fronteras entre el cuerpo y la obra artística, consiguiendo que sus experimentaciones trascendieron los círculos más especializados para integrarse en la cultura popular. La vida de Marina Abramovic (Belgrado, 74 años) se ha contado tanto en los libros de historia del arte como en las páginas papel cuché. La creadora serbia, que ha sido galardonada este miércoles con el Premio Princesa de Asturias de las Artes, cultiva todos los géneros posibles: instalaciones, ópera, video, realidad virtual y abundante polémica. Hija de un guardia de élite del mariscal Tito, mató al padre y se revolvió contra el régimen yugoslavo. Niña acomplejada con su aspecto físico primero, silenciosa adolescente después, en la veintena presentó a un concurso joven su primera pieza de arte conceptual.
El arte transgresor de Marina Abramovic, premio Princesa de las Artes 2021 (12 fotos) Fue pionera a la hora de usar el cuerpo como parte de la obra artística. Sus 'performances' han cambiado la forma de ver el arte y su figura ha trascendido las fronteras de la creación para insertarse en las de la cultura popular. Arte, ópera, vídeo, nada le es ajeno.
Formó parte de la “burguesía roja”, como ella misma definió su clase social, y acabó empatando a los mismos marchantes que detesta. En la Academia de Bellas Artes de Belgrado, donde estudió entre 1965 y 1969, lo más interesante sucedía fuera de las aulas. Allí se constituyó el Grupo 70, un sexteto de creadores que analizaban el trabajo de conceptualistas estadounidenses como Lawrence Weiner o Joseph Kosuth, cuyas piezas encumbraron antes la palabra que los objetos. Abramovic era la única mujer del colectivo. Conoció a sus compañeros durante las revueltas estudiantiles de 1968, en las que ocuparon el edificio de la escuela y se manifestaron contra la burocratización del régimen yugoslavo. En sus memorias, Derribando Muros (Malpaso), Abramovic define esa época como una de las pocas en que fue ciertamente feliz: “Se trataba de volcar la vida en el arte”. Abramovic, de rojo, durante su 'performance' en el MoMA en 2010.SCOTT RUDDAntes del éxito, vivió cinco años en una destartalada furgoneta junto a su pareja y cómplice creativo, el alemán Frank Uwe Laysiepen, cuya muerte a causa de un cáncer linfático pasó inadvertida en los primeros compases de la pandemia coronavírica. “Algunos novios compraban cazuelas y sartenes al mudarse juntos: Ulay y yo comenzamos a planear cómo hacer arte”, escribe Abramovic. En 1977 diseñaron para una galería de Bolonia la que quizá sea su acción temprana más icónica. Desnudos, se colocaban a uno y otro lado de un pasillo estrecho, obligando a que el espectador rozara sus cuerpos. En Death Self, también de aquellos años, unieron sus labios con un beso, inhalaban y exhalaban en la boca del otro hasta caer desmayados por falta de oxígeno. “Los límites forman parte de la obra”, recuerda la autora.
Se diría que su obra más popular fue una acción de 2010 en el MoMA, cuando la artista permaneció 716 horas sentada y en silencio frente a los diferentes espectadores que la observaban de uno en uno y con quienes no podía hablar. “Me siento orgullosa de dominar el arte de no estornudar”, ironiza en su libro. Al mismo tiempo, el museo celebraba una gran retrospectiva, The Artist is Present, en la que se representaban algunos de sus trabajos más rompedores. Ese constituye el gran reto de su trayectoria: tratar de cuestionar las exposiciones mismas con gestos tan provocadores como íntimos. De algún modo, podría encarnar la imagen de artista total. Su feliz entrega a las mieles del éxito hizo que se la viera confraternizar con Lady Gaga. De la mano del rapero Jay Z, con quien ha colaborado en sus vídeos y letras, consiguió hacerse un hueco en la cultura de masas, controversia por los derechos incluida. Una obra de Marina Abramovic expuesta en el taller de Factum Art en Madrid en 2020. INMA FLORES: Su popularidad alcanzó cotas a la altura de Louise Bourgeois o Jeff Koons. Durante su última entrevista con EL PAÍS, realizada en 2015, Abramovic echaba la vista atrás: “La gente piensa con nostalgia que antes las performances eran más radicales. Te cortabas, te desnudabas, pero ahora son un proceso más mental. Entonces, tu público podían ser 10 personas, así que en verdad casi nadie las vio. Los museos aceptan hoy las performances como el vídeo o la fotografía, pero ha llevado mucho más tiempo ganarse el respeto. Ha habido un cambio radical: cuando empecé me querían encerrar en un manicomio porque creían que estaba loca, y hoy me alaban”. En 1997 la pieza Balkan Baroque, presentada en la Bienal de Venecia, le valió un León de Oro a la mejor artista. En 2005 llevó al Guggenheim de Nueva York Seven Easy Pieces: siete noches consecutivas en las que reinterpretaba a los iniciadores de la performance de los sesenta y setenta. En vídeo, el jurado concede el Premio Princesa de Asturias de las Artes a Marina Abramovic. (EUROPA PRESS) No le han faltado los homenajes. En 2012 se estrenó La artista está presente, película basada en la retrospectiva del MoMA dirigida por Matthew Akers, nominada a mejor documental en los premios Spirit del cine independiente. De esa experiencia surgió la idea para crear el Marina Abramović Institute (MAI), un centro de arte situado en Hudson (Nueva York) en el que se realizan todo tipo de actos culturales, talleres y exposiciones relacionados con la práctica y creación contemporáneas. En abril de 2012, la artista llevó al Teatro Real de Madrid el espectáculo Vida y muerte de Marina Abramovic. Colaboraron en esta apuesta el director de escena Bob Wilson, el actor Willem Dafoe y el cantante transgénero Antony Hegarty, desde entonces inseparable de la performer. En aquellos días, Abramovic aseguró a este diario: “No soy feminista. El arte no tiene género. Yo soy como un soldado”.
PRINCESS OF ASTURIAS AWARDS
Marina Abramovic, Princess of Asturias Award for the Arts
The 74-year-old Serbian artist is considered one of the great precursors of ‘performance’ and she has managed to make her works transcend specialized circles to integrate into popular culture
https://elpais.com/cultura/2021-05-12/marina-abramovic-premio-princesa-de-asturias-de-las-artes.html
MIGUEL EZQUIAGA FERNÁNDEZ / El País / España - 13 MAY 2021 / Fuente externa
He democratized performance, a hybrid based on improvisation and direct contact with the viewer. She blurred the boundaries between the body and the artistic work, making her experimentations transcend the most specialized circles to integrate into popular culture. The life of Marina Abramovic (Belgrade, 74 years old) has been told both in art history books and on coated paper pages. The Serbian creator, who has been awarded this Wednesday with the Princess of Asturias Award for the Arts, cultivates all possible genres: installations, opera, video, virtual reality and abundant controversy. The daughter of an elite guard of Marshal Tito, she killed her father and revolted against the Yugoslav regime. A girl self-conscious with her physical appearance first of her, a silent adolescent after her, in her twenties she presented her first piece of conceptual art to a young competition.
She was part of the "red bourgeoisie", as she herself defined her social class, and ended up slaying the same dealers that she detests. At the Belgrade Academy of Fine Arts, where she studied between 1965 and 1969, the most interesting things happened outside the classroom. There she formed the Group 70, a sextet of creators who analyzed the work of American conceptualists such as Lawrence Weiner or Joseph Kosuth, whose pieces raised the word before objects. Abramovic was the only woman in the group. She met her classmates during the 1968 student riots, in which they occupied the school building and demonstrated against the bureaucratization of the Yugoslav regime. In her memoirs, Demolishing Walls (Malpaso), Abramovic defines that time as one of the few in which she was certainly happy: "It was about turning life into art."
Before her success, she lived for five years in a ramshackle van with her partner and her creative accomplice, the German Frank Uwe Laysiepen, whose death from lymphatic cancer went unnoticed in the early stages of the coronavirus pandemic. . "Some boyfriends bought pots and pans when they moved in together: Ulay and I started planning how to make art," Abramovic writes. In 1977 they designed for a gallery in Bologna what is perhaps the most iconic early action of it. Naked, they stood on either side of a narrow corridor, forcing the viewer to brush against their bodies. In Death Self, also from those years, they joined their lips with a kiss, inhaled and exhaled in the mouth of the other until they fell faint from lack of oxygen. "The limits are part of the work," recalls the author.
It would be said that her most popular work was an action in 2010 at MoMA, when the artist sat for 716 hours and in silence in front of the different spectators who observed her one by one and with whom she could not speak. "I am proud of mastering the art of not sneezing," she ironizes in her book. At the same time, the museum held a major retrospective, The Artist is Present, which featured some of her most groundbreaking work. That constitutes the great challenge of her career: trying to question the exhibitions themselves with gestures that are as provocative as they are intimate. In some way, she could embody the image of the total artist. Her happy surrender to the honeys of her success made her see her fraternize with Lady Gaga. Hand in hand with rapper Jay Z, with whom she has collaborated on her videos and lyrics, she managed to gain a foothold in mass culture, including controversy over rights.
Her popularity reached heights at the height of Louise Bourgeois or Jeff Koons. During her last interview with EL PAÍS, held in 2015, Abramovic looked back: “People think with nostalgia that before the performances were more radical. You cut yourself, you undress
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