A propósito de la instalación en el Museo de Arte Moderno, MAM de la maravillosa obra del artista Prats Ventós “El Bosque”, bajo la dirección del Director del museo, el arquitecto Federico Fondeur y la asistencia del hijo del artista, Shum Prats. Se participa a los amantes del arte y la cultura que la obra estará en el salón del sótano del MAM y oportunamente se darán los detalles de la reapertura del Museo.
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Por: Ignacio Nova / Listin Diario / Museo de arte Moderno, MAM / Noviembre 14, 2020
Hace treinta años, en diciembre de 1980, el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid acogió el primer conjunto escultórico más impresionante tallado jamás en la República Dominicana y la región: “El bosque”, de Antonio Prats-Ventós, padre de la abstracción escultórica nacional y regional. Un grupo de 40 piezas, esculpido en 1973 bajo el impulso mágico de una febrilidad creativa de energías desbordadas y, como señala María Ugarte en su “Prats-Ventós, 1925-1999”, bajo el estímulo de la invitación de Luis González Robles, entonces director de ese museo.
Para Don Tony así lo llamé siempre, esa exposición era la oportunidad de regreso y relativa reintegración a España que la muerte de Franco (1975) y el retorno a la monarquía constitucional brindaban a los españoles expulsados del lar por los sucesos de 1936. Entre estos, él estaba. Vivió con esa nostalgia latente, con una esperanza que de súbito la buenaventura puso a sus pies como ofrenda. Era el cierre de un ciclo de ausencias iniciado cuando apenas contaba 14 años. Un llegar con las manos llenas de su madurez escultórica, plena de vitalidad, calidades y bríos.
Para mí, que entre tantos cafés vespertinos lo escuché, mirándolo inhalar el humo de su cigarro, en el silloncito metálico de su improvisada terraza, la exposición de “El bosque” en Madrid pudo significar mucho más; integrar una agenda política y emotiva no revelada siquiera a su almohada: celebrar esa muerte de Franco. Pero el inicio de ese conjunto escultórico en 1973 era muchísimo más. Por más que cavilo, no puedo desvincular ese entusiasmo artístico suyo, esa alegría laboriosa y positiva con la que inició “El bosque” de una venganza política: la respuesta suya, eterna pues desde el arte se erigía, ante un hecho político de singular trascendencia para el futuro español: que ETA “ajusticiara” a Luis Carrero Blanco en 1973, casi seguro sucesor del franquismo, cerrando toda posibilidad a la herencia franquista. Después de 1973 España sería otra. A ese augurio promisorio con “El bosque” el arte dominicano de Prats-Ventós se adhería. Majestuoso y silente.
Lo intuyo así porque las tantas veces que Don Tony me habló de “El Bosque” terminó hablando de política española, recordando el anarquismo del treinta y relatándome su entusiasmo por su próximo viaje a España, con Montserrat y Rosa María, su ilusión por el reencuentro con sus viejos conocidos. ¿Qué más que ver su obra allí podía desear ese niño de 14 años que en él no moría?
Surgido en ese entorno y de tales emociones, asimilando festividades y tragedias, esperanzas y éxtasis, “El bosque” se inscribiría, por sí, como una obra conmemorativa, de legendaria y singular importancia para la historia del arte de cualquier nación. Más para la de una pequeña como República Dominicana cuyo arte es el único terreno que la conduce a la grandeza como ésa de construir la epifanía sobre el futuro muerto de las tiranías. Ya lo había vivido aquí, con lo de Trujillo. En 1975 lo revivió “allá” con lo de Franco. Eso había que celebrarlo. A lo español, con vino. A lo Tony, ¡con arte! “Lo único de calidad que exportamos es arte, Ignacio”, me decía. “Pero los gobiernos no se dan cuenta”, remataba. Convencido de ello, producía para Santo Domingo, España, Puerto Rico y luego Nueva York.
“El bosque” era una obra solitaria, de un tema cuya pronunciación era más que balbuceante entre 1973 y 1980; a pesar de que hoy es el discurso oficial de organismos mundiales. Sólo por eso “El bosque” impondría la reverencia. Porque es, sin dudas, el primer documento del movimiento ecologista en América Latina. Habrá que rastrear con lupa las propuestas de entonces, desde Cánada a La Patagonia, para percatarnos de que el arte regional transitaba lo pop, lo abstracto, lo conceptual, lo cinético y óptico y la neofiguración, validándolos como emblema de la actualidad y el valor estéticos y renovador.
Prats-Ventós conjugó muchas de esas cosas porque si de visionario lo tenía todo, de sensible tenía aún más, y de creador tenía las arcas repletas y rebosantes. En el discurso aún tímido del temor ante el peligro y riesgo de la desaparición de los bosques, don Tony vio el tema esencial y formidable de un nuevo arte, su arte. Lo asumió y le fue fiel: pasó a otra serie, “La Selva” y de esta a una más radical: la advertencia neobrutalista de “Procesión por un árbol muerto”.
Quizá el discurso ecológico de Prats-Ventós no procediera sólo de los centros ideológicos de la globalidad en gestación entonces, UNESCO y ONU, sino de nuestro vecino, Haití. Allí un ensayo de humanidad depredadora mostraba el éxito de sus fracasos en las heridas del paisaje, en la afirmación de la sobrevivencia indigente sobre los restos agónicos de una naturaleza arrasada de la que no nacían más que unas condiciones de tristezas y abandonos estremecedores.
Esa tragedia se percibió en tal magnitud que el Estado dominicano esgrimió la preservación del medio ambiente local para establecer su diferencia político-geográfica frente a Haití; para graficar una de las probables consecuencias de la invasión pacífica que alteraba la etnicidad nacional, según diez años después de “El bosque” denunció Joaquín Balaguer en su “La isla al revés” (1983).
Pero si el conjunto escultórico que por razones entendibles se compone de 37 piezas participa de esas circunstancias, hay que aproximarse y recorrerlo, en el Museo de Arte Moderno, para identificar las extrapolaciones que de la biología insular a las formalidades artísticas produce Prats-Ventós de pieza en pieza, diferenciándolas, recopilando mitos y leyendas, inaugurando insinuaciones, alejado ya de sus volúmenes simples, decorativos y totales de “Las meninas”.
Abstracción y minimalismo sugeridos en simientes y ovalidades; maternidad y feminidad, verticalidad y machismo; protuberancias mamarias y aguijones; docilidad y aspereza, pureza y rusticidad; fertilidad y esterilidad contrapuntean en pares, y actualizan el itinerario y el catálogo de recursos y significados del arte caribeño.
Un Prats-Ventós divertido, creativo, incorpora y organiza sentidos, texturas, herencias y formas en la estructura que definen las plomadas y lo selvático. Así arranca “El bosque” para desarrollarse en “La selva” haciendo menos oblongas, más ampulosas, las formas. En “El bosque” estas caen sostenidas en un persistente sonido de oboes, viajan entre las textura suaves y ríspidas de una madera colorida y suave; cantan rememorando el júbilo pulido de los cantos rodados; se aferra a su vocación solar, aspira al cielo y se eleva para ser perforada y grabar la piel de la madera como piel de hombres y mujeres. En este bosque Prats-Ventós define un nuevo imaginario, lo aporta a todos sus colegas, porque a partir de entonces muchos lo siguen, casi copistas a veces, y lo hace territorio de oníricas agujas suspendidas del aire, lo lanza hacia lo alto sin catedral alguna.
37 years of "The forest" of Prats-Ventós
Regarding the installation in the Museum of Modern Art, MAM of the wonderful work of the artist Prats Ventós "El Bosque", under the direction of the Director of the museum, the architect Federico Fondeur and the assistance of the artist's son, Shum Prats, The art and culture lovers are told that the work will be in the MAM's basement room and details of the Museum's reopening will be given in due course.
https://listindiario.com/puntos-de-vista/2010/09/30/160780/37-anos-de-el-bosque-de-prats-ventos/amp/
Por: Ignacio Nova / Listin Diario / Museo de arte Moderno, MAM / Noviembre 14, 2020
Thirty years ago, in December 1980, the Museum of Contemporary Art in Madrid hosted the first most impressive sculptural group ever carved in the Dominican Republic and the region: “El Bosque”, by Antonio Prats-Ventós, father of the national sculptural abstraction and regional. A group of 40 pieces, sculpted in 1973 under the magical impulse of a creative fever of overflowing energies and, as María Ugarte points out in her "Prats-Ventós, 1925-1999", under the encouragement of the invitation of Luis González Robles, then director of that museum.
For Don Tony, that's what I always called him, that exhibition was the opportunity to return and relative reintegration to Spain that the death of Franco (1975) and the return to the constitutional monarchy offered to the Spaniards expelled from the country by the events of 1936. Among these , he was. He lived with that latent nostalgia, with a hope that fortune suddenly placed at his feet as an offering. It was the end of a cycle of absences that began when he was barely 14 years old. An arrival with his hands full of his sculptural maturity, full of vitality, qualities and courage.
For me, who among so many evening cafes, I listened to him, watching him inhale the smoke of his cigar, on the small metal armchair on his improvised terrace, the exhibition of “El Bosque” in Madrid could mean much more; integrate an undisclosed political and emotional agenda onto your pillow: celebrate Franco's death. But the beginning of that sculptural group in 1973 was much more. No matter how much I ponder, I cannot dissociate that artistic enthusiasm of his, that laborious and positive joy with which “The Forest” began with a political revenge: his response, eternal because from art it was erected, before a political fact of singular importance for the future of Spain: that ETA “executed” Luis Carrero Blanco in 1973, almost certain successor of Franco's regime, closing all possibilities to Franco's inheritance. After 1973 Spain would be another. The Dominican art of Prats-Ventós adhered to that promising omen with “El Bosque”. Majestic and silent.
I sense it that way because the many times Don Tony told me about “El Bosque” he ended up talking about Spanish politics, remembering the anarchism of the 1930s and telling me about his enthusiasm for his next trip to Spain, with Montserrat and Rosa María, his illusion for the reunion with his old acquaintances. What more than seeing his work there could that 14-year-old boy wish that he did not die?
Arisen in that environment and from such emotions, assimilating festivities and tragedies, hopes and ecstasy, "The forest" would be inscribed, by itself, as a commemorative work, of legendary and singular importance for the history of art of any nation. More for that of a little girl like the Dominican Republic whose art is the only terrain that leads her to greatness like that of building the epiphany on the dead future of tyrannies. He had already experienced it here, with Trujillo. In 1975 he revived it "there" with Franco. That had to be celebrated. Spanish style, with wine. A la Tony, with art! "The only quality that we export is art, Ignacio," he told me. "But governments do not realize it," he concluded. Convinced of this, he produced for Santo Domingo, Spain, Puerto Rico and then New York.
"The forest" was a solitary work, on a theme whose pronunciation was more than stammering between 1973 and 1980; despite the fact that today is the official speech of world organizations. For that alone "The Forest" would impose reverence. Because it is, without a doubt, the first document of the environmental movement in Latin America. It will be necessary to trace with a magnifying glass the proposals of that time, from Canada to Patagonia, to realize that regional art transited the pop, the abstract, the conceptual, the kinetic and optical and the neo-figuration, validating them as an emblem of the present and the value aesthetic and renovating.
A fun, creative Prats-Ventós incorporates and organizes meanings, textures, inheritances and shapes in the structure that define the plumb lines and the jungle. This is how “El Bosque” starts to develop into “La selva” making the shapes less oblong, more bombastic. In "El Bosque" they fall sustained in a persistent oboes sound, they travel between the soft and rough texture of a colorful and smooth wood; they sing recalling the polished jubilation of the boulders; it clings to its solar vocation, aspires to the sky and rises to be pierced and engrave the skin of the wood as the skin of men and women. In this forest Prats-Ventós defines a new imaginary, he brings it to all his colleagues, because from then on many follow him, sometimes almost copyists, and he makes it a territory of dreamlike needles suspended from the air, he throws it upwards without a cathedral any.
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